¿En qué piensan cuando les digo “cristales rotos”? Cierro los ojos y me imagino una botella destrozada, una copa quebrada en el suelo, hasta pienso en un cenicero lanzado por cierta diva a un ex novio.
Ahora, ¿qué les transmite un 9 y 10 de Noviembre de 1938?
Volvamos a cerrar los ojos.
Yo me imagino a un anciano que se disponía a cerrar la biblioteca en la que trabajaba, que había pertenecido a su familia por 50 años. Casi sin notarlo este anciano se encontró con hombres que rompían todas sus mesas y libros y que no paraban de gritarle: “Juden”. En ese momento lo único que tenía en la cabeza era la cara de su padre, cuando le cedió el puesto en la biblioteca.
Me imagino también una costurera, cansada de trabajar todo el día en un vestido de novia. En menos de un minuto, ella se encontró con que un grupo de hombres le estaba destruyendo las dos máquinas de coser con las que trabajaba, tirándole sus agujas, hilos y telares. Luego de unos minutos, la costurera se dio cuenta que ese mes no podría pagar el alquiler y quedaría sin lugar donde vivir.
También imagino a un niño que merendaba en el almacén de su tío que por un golpe cae al piso y observa como su tío es molido a golpes y el almacén es saqueado, pudiendo reconocer entre los agresores a 2 vecinos suyos.
¿Qué lejos que están la botella del anciano, la costurera y el niño, no?
¿Qué lugar tienen estos seres cuando nos hablan de cristales rotos?
¿Por qué me obligan a pensar en vidrios cuando lo más importante son los personajes de mi puesta en escena?
¿Dónde entran MIS sensaciones?
Es como si el lenguaje funcionara como un filtro, como un anteojo de nuestra percepción, condicionándola, determinándola.
Pero vayamos más lejos todavía.
¿Cuántas “noches de los cristales rotos” hay en nuestra vida?
¿Cuántas veces les dijimos a nuestros padres que algo era blanco y ellos nos dijeron que era negro y por qué, porque yo lo digo?
Bueno, nosotros, marchistas, estamos acá porque nos cansamos del “porque yo lo digo”, nos cansamos del rótulo de “noche de los cristales”. Decimos BASTA. Basta de que nos digan cómo son las cosas, basta de que nos digan qué es lo que tenemos que pensar. Me cansé de ver fotos en blanco y negro, de leer cientos de textos sobre el holocausto, de ver películas, de escuchar canciones. No quiero más un narrador que me esté interpretando su propia historia. Quiero construir la mía. Está bien, consumí todo el material didáctico, pero ya no me alcanza. No me es suficiente, necesito vivirlo yo mismo, conocer por mi propia cuenta eso de lo que me hablaron tantos años.
Porque lo que estudio me entra por acá (ojos) y se queda acá (cabeza), pero lo que experimento me entra por acá (todos los sentidos), me recorre todo el cuerpo y hace que se me levante cada centímetro de mi piel.
Y saben lo que aprendí, que no me alcanza con un “6 millones”, que a MÍ se me eriza la piel cuando veo mi apellido escrito en una valija en un campo de concentración o cuando no puedo encontrar el par de un zapato en esa montaña de pies solitarios con polvo; quizás vos no podés resistir tocar los arañazos de las intactas paredes de la cámara de gas de Majdanek, o quizás a vos te late el corazón más fuerte cuando te encontrás con una “B” dada vuelta en ese cartel de “el trabajo libera” en la entrada de Auschwitz.
Porque de eso se trata Marcha por la vida: de sentir, de escuchar, de tocar, de oler, de mirar y de buscar adentro nuestro, nuestros propios significados, nuestras propias definiciones, nuestros propios sentidos a partir de esta experiencia única. Se trata de descubrir MI propia noche de los cristales rotos, mi propia marcha por la vida, mi propia shoá, y después volver y contárselo a otro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario